martes, 14 de abril de 2009

PÉTREO

"...El beso fue perfecto. Lento, suave y cariñoso. Con el sabor salado del adiós.
(...)
Exprimieron el momento. Sabían que al abrir los ojos, al separarse el mundo habría cambiado y no quisieron comprobarlo. No quisieron precipitarse. Se recrearon en su despedida y el beso fue realmente eterno. Perfecto."

Y en ese momento cuando nuestros labios aún seguían despidiéndose unidos en aquel triste abrazo supe que al separarnos sufriría un proceso de automutilación personal. Supe que tras de mí tendría que dejar algo más que mi olor y mi sabor, que ese momento significaría el fin de mí mismo tal y como me conocía.

Lo supe y él también.

Lo supe y le dejé a él tomar la decisión. Lo convertí en mi verdugo, mi asesino.

También lo supo y lo aceptó.

Esperó un instante. Alargó con dulcura el momento y con los ojos cerrados y una lágrima recorriendo su mejilla se decidió al fin a separarse lentamente de mí arrebatándome el último aliento. Muy lentamente, como queriendo evitar un dolor que él sabía irremendiable. Muy lentamente para evitar la conciencia de que nuestros labios ya no se tocaban, alimentando la sensación todavía caliente del contacto, regalándome su respiración.
Yo aún lo sentía sobre mí, aún tenía dentro de mía toda la felicidad compartida, las risas, los llantos, las caricias, aún me sentía, aún me pertenecía...
Nuestros labios separados por pocos milímetros se agarraban a un beso aún latenten en la piel, se resistían al adiós y reproducían una sensación ya inexistente extendiendo el momento de tal modo que cuando quise darme cuenta su boca ya había desaparecido.

Por último, sabiéndose el responsable de mi fin, dándome su último regalo aceptando mi egoísta cobardía separó su mano de la mía con una última caricia acabando así con nuestra unión.
Mientras sus dedos recorrían la palma de mi mano recordé todos lo buenos y malos momentos. Cada milimétrico avande de sus dedos me transportaban a una despedida.

Cuando sus dedos acariciaron mi muñeca me encontraba envuelto en sus brazos, protegido sobre su pecho despidiéndome de la seguridad de saber que alguien mataría monstruos por mí.

Su dedo índice me arrastró, navegando por la línea de la vida a un paisaje con sabor a sal donde dije adiós a la risa frenética, libre y sincera.

Cuando su pulgar coqueteó tímido con mi meñique cada una de las lágrimas que se escapaban furtivas de mis ojos encontraban consuelo por última vez.

Y ya para finalizar cuando nuestros dedos se resbalaron temerosos, recorriendo los últimos segundos de contacto ya sólo las yemas de nuestros corazones seguían unidas.









Clic

...

Blanco

...

Vacío

...









Un cuerpo bajando las escaleras
Cenizas en el suelo
Y unas campanas en el aire que rompen tétricas el silencio.

1 comentario:

Dafne Laurel dijo...

Esta ultima parte me recuerda al video ese del orgasmo que me pusiste...